Gracias a los malos hábitos de la costumbre malconiana, los monos incomprendidos florecen en las copas tintas de su voz abstracta.
Los acontecimientos se convencen sin esfuerzo de manifestación, sabiendo que los devaneos espúreos tienen su cuna en la búsqueda del sendero promiso, que les da huella para sobrar cuentas y sumar donde las arenas danzantes no descansan, si no en el seno de la tormenta.
La historia de Rangún llega a ser tan dura como la de Canudos, ambas se mantuvieron ocultas con la propaganda de la infamia que devino en plagios circenses a manos de monos albinos, que resultaron de la cópula entre razas dominantes imprimiendo en sus escudos leones por ratas, héroes por moralinos.
Decir que los tiranos devienen de los nobles altruistas, es no tenderles la mano para que por una vez, al menos, logren ver la estela viscosa que a su paso regan.
En Rangún, las flores hieren la luz reflejada en insignias pomposas, expuestas al margen de la cordura y del don de la vida.
En Rangún, como en Canudos, la historia se escribe en las lágrimas del León de Natuba fluyendo al mantra cielino de Aung Sun.
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